Pies descalzos (tortura)

Medio día, el sol, cumpliendo su trabajo, en su máximo candor; perfecto para el duelo en el viejo Oeste o para que se insole locamente Van Gogh. Pero aquí es la playa. Gente adinerada, gente de moda, gente en desmanes y gays que sacan a sus perritos a conocer el mar. Después de caminar lo que serían treinta calles en la orilla del mar, dejando que el agua refresque mis pies, llegó un momento para el reposo. Me senté mirando al mar y a las muchas, muchísimas personas que no le tienen miedo y saben nadar. No las contemplo por mucho tiempo, tomo mi mochila y emprendo el regreso, descalzo hasta llegar a una banca en el andador, como acostumbro, para calzarme y vestirme.

La arena seca está en verdad caliente, me siento un faquir principiante, es soportable, sigo adelante. Llego hasta los siete escalones de madera donde inicia el andador, cinco pasos después de éstos está la banca, cubierta por un techito, fresca y sin ser tocada por el sol. La madera está mucho más caliente que la arena, al principio no lo siento, pero al quinto escalón… “¡ay, …ta, yay, pu…, iiii, …dre, fhhh, chin…, ahhhhh, ma…, auuuu, …gada, ufff, …da, fssss, mier…!” Cada paso siento mis plantas de los pies arder, un suplicio, Cuauhtémoc sin tesoro y sin un Cortés descortés que me ayude ni que me perjudique, obviamente para esto me basto solo. No me atrevo a mirar mis pies, capaz que hasta sale humo de lo abrasados que deben estar y yo con el hambre que tengo, no quiero verme tentado a comer mis propios pies. Que dolor… “¡ay, …ta, yay, pu…, iiii, …dre, fhhh, chin…, ahhhhh, ma…, auuuu, …gada, ufff, …da, fssss, mier…!” Un paso más y listo, estoy en la banca, donde están una señora, reprendiendo a sus dos hijos, una niña como de seis años y un bebé que al verme me dice: “¡papá!” La señora interrumpe su regaño y desmiente de inmediato al niño, mientras su hija me mira inquisidoramente, seguro trata de explicarse a que se debe el dolor que se dibuja en mi rostro.

Tan pronto me siento, miro mis pies, rojo carmesí, tono del color de labios de la mejor vampiresa de la época dorada del cine. La niña entiende ahora el porqué. De inmediato, por mi mismo camino recorrido, se aproxima un hombre descalzo que, como yo, parece decir: “¡ay, …ta, yay, pu…, iiii, …dre, fhhh, chin…, ahhhhh, ma…, auuuu, …gada, ufff, …da, fssss, mier…!” Viene cargando una sombrilla multicolor, una hielera y dos salvavidas. Al llegar a la sombra el bebé le dice: “¡papá!” En esta ocasión la madre no corrige, sino que reafirma la palabra del pequeño. El tipo se sienta en el espacio libre de la banca y se mira los pies, quienes compiten en rojura con los míos. La señora le dice al esposo: “te dije que trajeras chancletas”, ella tan orgullosa de tener la razón y usando el purgante tono de ‘te lo advertí’, que todos odiamos pero que, a pesar de ello, usamos con frecuencia, aún sin querer. Él la mira en silencio, pero su mirada dice más de mil palabras que están en el rango que va del ‘¡idiota!’ al ‘¿por qué no te metes las palabras por…?’

La señora, sin sentirse ni un poquito mal por la mirada de su marido, voltea a ver a su bebé, al que intenta vestir y le dice: “por favor, quieto, quieto, ¿es que nunca puedes estar un momento en paz?” Sin tomar aire le dice a la niña: “ponte al sol para que se seque tu bikini”, para luego dirigirse al marido: “siempre quieres ignorarme, te dije que trajeras tus chancletas [ahora al bebé] ya no te muevas tanto, ¿puedes estarte quieto? [a la niña] al sol, al sol, así nunca se te va a secar el bikini luego llegas al coche y lo mojas todo”. La mujer me mira de reojo, y al darse cuenta que no me puede decir nada porque no soy de su familia la toma de nuevo con el marido: “siempre es lo mismo contigo, nunca me haces caso, no te hubieras quemado los pies si hubieras traído tus chancletas [aquí aprovecha para mirarme y hacerme sentir también idiota], bien te lo dije en la mañana antes de que empacaras, pero no, jamás me haces caso, eso desde siempre, desde antes de casarnos, desde que éramos novios [al bebé] por favor ya deja de moverte, así no te puedo vestir [a la niña] pero bien al sol, ¿cómo crees que se te va a secar si no te vas al sol? [al esposo] ¿te arden mucho? ¿quieres crema? No te muevas sí ahí quédate hubieras traído tus chancletas…”

Yo ya he terminado de ponerme mi camiseta, mi pantalón y mis zapatos, me alejo de allí maravillado de que una persona pueda hablar tanto sin darse un respiro y mirando de reojo la mirada resignada de la hija y del marido. Me alejo, sin emitir ningún juicio, caminando como el viejo John Wayne.

8 comentarios sobre “Pies descalzos (tortura)

  1. jajajajajaja!!!!!!!
    Bueno que te puedo decir?
    Que escogiste la banca equivocada,para un terminar un día de playa jajajaja!!
    Pero me alegro, porque me regalaste unas buenas carcajadas jajajaja!!!!
    Eres muy bueno escribiendo…mira que sacarle el jugo, a una escena tan absurda jajajaja!!!!
    Espero que tus «plantas» ya no se vean como amapolas jajajaja!!!!!
    Besosssss

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  2. Jajaja MOB,

    es cierto…¡¡ increíble !! lo que te ha dado de sí un tramo tan cortito de tiempo…el que va desde la playa a un banco jajaja ¡¡pobrecito!! dolía de verdad sólo escuchar tus… “¡ay, …ta, yay, pu…, iiii, …dre, fhhh, chin…, ahhhhh, ma…, auuuu, …gada, ufff, …da, fssss, mier…!” jajaja

    Siento que te asuste el mar, yo soy una enamorada de él, me da igual sobre él, al lado, dentro o en frente de él. Me gusta de toodas las maneras, crudo, a la plancha o vuelta y vuelta:-)

    Y tu compi de banco ¡¡qué suplicio de mujer!! pobrecita de su familia…a veces viendo a personas así con espíritu de general de división me pregunto como será la convivencia con ellas 24 h…¡¡peor que pisar la arena abrasando!!:-)

    Muchos besos MOB y feliz noche

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    1. Muchas gracias María. En verdfad el mar me gusta. me fascina. Me da un poco de miedo meterme al mar, por traumas de la infancia, en la que estuve a punto de ahogarme. Pero el mar me encanta. Es lo que más extraño de cuando viví en Miami. Algún día, regresaré a vivir cerca del mar. Muchas gracias por tu comentario. Muy buena noche y un abrazo.

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  3. ¡que mujer tan odiosa!
    buen relato, Mob y muy real, por desgracia hay muchas así… demasiado listillas para mi gusto.
    biquiños.

    p.d.: me ha hecho gracia lo de «andador», aquí decimos paseo y «bancada», aquí decimos banco.

    El andador es el que usan los bebés para andar o los ancianos para ayudarles a sostenerse y también se les llama «tacatá».

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    1. Y si a esas diferencias locales del idioma le sumamos las exentricidades personales yo termino preguntándome ¿cómo es que nos entendemos en Hispanoamérica?, ¿realmente nos entendemos o imaginamos hacerlo? A mí siem pre me llamaron la atención esas diferencias. Muchas gracias Aldabra, por tus comentarios. Un abrazo desde donde tus andadores son andaderas. jejeje.

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  4. ¿la tortura fue tener que escuchar esa letania encima de tener los pies ardiendo?, … jejeje… yo también me pregunto como hay gente que o se cansa (o aturde) de su propia voz… uff!

    Pues al mar hay que tenerle respeto… aunque también se le pierde un poco el miedo al ir a hacer las pases con el…. =D

    saludos.

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    1. Hola Sandrine, imagino que hay gente enamorada de su propia voz, o sorda específicamente respecto a su voz. Algo así debe ser. Y el mar, respeto es lo que le tengo, ya no tanto miedo. Saludos.

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