Nacemos llorando, y (algunos) nos lloran cuando nos vamos.
Lloramos por tristeza al igual que por rabia, por los fracasos o por las victorias.
Lloramos con ciertas separaciones y en los reencuentros especiales.
Lloramos para pedir perdón y a veces, en secreto, por no haber podido disculpar.
Lloramos cuando las grietas del corazón dan de sí y todo se derrumba en mil pedazos.
Lloramos sin sentimiento cuando la inclemencia de los años nos ha desgastado el cuerpo.
Lloran algunos cocodrilos del Nilo por cualquier estupidez. Y no falta quien sabe entrenar la humedad de sus ojos, para dominar el alma de alguien más.
Lloramos de dolor, de felicidad y curiosamente la carcajada más demente y natural también nos hace llorar.
Por todo esto es que la mayor parte del mundo está cubierta por agua salada.