Ella no era inteligente, quizás astuta y manipuladora, pero nada inteligente; y sin embargo tenía el don de hacer actuar como bestias viscerales a seres contenidos y por lo general racionales.
Ella decía que no mentía. Y realmente no lo hacía con palabras… bueno las más de las veces no con palabras, pero su mirada podía ser más falsa que el Honrado Juan y Pinocho clonados al cubo.
Una noche, ella estaba cenando chocolate con su hijo, adolescente engendrado años atrás con el esposo que un buen día despertó y se separó de ella. En eso, llamaron a la puerta. Un enamorado reciente estaba afuera con un ramo de flores, frescas y rozagantes. Con maña hábil, él puso el pie en la puerta cuando ella agradecía la visita y las flores, y se autoinvitó a pasar. Ella no pudo decirle nada, pues siempre “temía parecer grosera”. El galán de las flores saludó al hijo y se sentó al lado de él a la mesa. Total, su idea era fingir que podía ser como un papá para él.
La conversación transcurrió insustancial y banal, con lugares comunes, frases sobre el clima y simplezas típicas y muy manidas acerca de las series de moda. Ella estaba resignada y preguntándose hasta dónde llegaría aquello: ¿El galán de las flores se iría de la casa cuando el hijo se fuera a la cama? ¿Se quedaría? ¿Habría que besarlo de nuevo (la vez anterior él le había robado a ella un beso, que ella aceptó y correspondió “para que el pobre no se sienta rechazado”)? ¿Habría que permitirle llegar hasta la cama para que no se frustrara? En eso estaba ocupado el astuto cerebro de la poco inteligente cuando por la calle se escuchó música de mariachis.
Era una serenata de enamorado. Lo curioso es que se escuchaba justo afuera de la casa de ella. La astuta se levantó y se asomó a la ventana. Allí estaba otro pretendiente de esta Penélope desmadejada. Ella, “por educación”, abrió la puerta. El enamorado de la serenata entro rápido, cantando una bella canción de amor y mostrando un anillo dorado en un estuche aterciopelado con la mano derecha, se hincó ante ella y le dijo que la amaba, que era la mujer de su vida y le pidió que se casara con él.
Ella, apenada, no contestó nada. El arrodillado miró a la mesa y vio al hijo y al galán de las flores. El galán cantor se sintió defecado por la Fortuna y más estúpido que una hormiga con lobotomía. Pero fue la mella en su honor lo que más le dolió. A nadie le gusta hacer el ridículo, y mucho menos con un atento público. Los mariachis, el niño, el galán de las flores y… “¡esta maldita zorra!”.
El galán cantor era por lo regular un hombre centrado y educado, que deploraba las malas palabras y los escándalos. Pero eso no lo pensó en ese momento. Blasfemando como hijo de pirata y de diputada de arrabal, condenando como obispo convencido, insultando como lo haría un toro herido en el ruedo de la vergüenza… de “puta hija de puta barata y jodida” hasta cosas peores pintó y repinto a la astuta estupefacta.
El hijo de la no inteligente palideció, pero no dijo nada. Quizás ya estaba acostumbrado a escenas así protagonizadas por mamá, con otros distintos galanes en turno. El galán de las flores pensaba “otro gallo en el gallinero”, pero se sentía mejor al recordar que al menos él sólo había llevado flores y no mariachis y un anillo, que sólo buscaba un momento de arrebatos fisiológicos, aunque no negaba que estaba fascinado por el encanto dulce de esta mujer que nunca decía “no” a nada.
Y a la pobre que de “zorra, súperputa y subputa” no bajaban comenzó a llorar. Al galán cantor se le acabaron los insultos y el aire, y decidió largarse dignamente de allí y de su cuadro indigno (el resto de la noche le mandó a ella cientos de mensajitos que iban del insulto, al perdón, de “te deseo lo mejor” y al “cómo eres tan hijaeputa cabrona malnacida”). Pero por ahora sólo salió de escena.
A los dos minutos exactos de la partida del galán cantor, el de las flores se levantó de la mesa, agradeció la charla y el chocolate y se despidió. Sólo dijo “creo que no tengo nada que hacer aquí” y se perdió en la oscuridad de la noche.
La mujer decía no entender, pero si ella nunca les había dado pie a esto. Se sintió molesta, ultrajada y muy insultada. No se merecía eso. Lloró toda la noche y tanto que hasta le costó trabajo contestar todos los mensajes que le enviaba el galán cantor (¡no iba a cometer la grosería de no contestarle!), pues las lágrimas impedían leer y escribir claramente, para aclararle al pobre herido que ella jamás había hecho nada para que él pensara que podrían ser pareja. “No sé por qué te confundiste”, le decía una y otra vez, “jamás te dije otra cosa que más que te quería sólo como amigo”.
En realidad ella nunca actuaba solamente como amiga… En fin, ya lo dije, era astuta, pero poco inteligente.