Bajo el reloj del andén (metro CDMX exDF)

Bajo el reloj del andén, el clásico punto de encuentro dentro del metro. Allí puedes ser testigo de muchas citas frustradas, allí donde dan inicio dos que tres aventuras prohibidas, día tras día, donde la diversidad se hace patente.

Puntual esta mañana llega la banda de cinco músicos ciegos, que no incluye a los tres ratones del cuento, y de inmediato se disponen a afinar sus instrumentos.

Sin inmutarse por los sonidos de los invidentes, cuatro estudiantes de secundaria, fugados de su institución académica, planifican la pinta del día.

Un desempleado, peinado con agua y limón, tal como su mamá le enseñó, ojea la sección de avisos de empleo en el diario deportivo, que sin falta adquiere cada mañana. Una vez que ha leído con sumo cuidado los análisis y resultados de todos los partidos del pasado domingo, las estadísticas y pronósticos para los encuentros cancheriles del próximo Día del Señor, comienza a encerrar en óvalos de tinta las dos vacantes laborales que prometen oportunidades para él.

El quinteto de ciegos, satisfechos ellos de haber sacado de sus instrumentos las notas apropiadas, aborda el vagón que recién ha llegado, dando inicio a su estudiada rutina: cantar para subsistir. Del mismo vagón descienden un par de individuos con rostros de comadreja, ilusionados por lo que puedan encontrar en la billetera que recién robaron.

El vagón se va y la ilusión de los rateros se esfuma, una vez que, bajo el reloj del andén, descubren en la cartera solamente seis tarjetas de presentación en papel barato, un condón más barato que las tarjetas y un pedazo de servilleta descartable con algunos teléfonos anotados de prisa.

Una mujer, maquillada y peinada con ese esmero que pretende agradar, mira su reloj de pulso para comprobar que la hora del reloj del andén no miente. Los estudiantes de secundaria se van rumbo al parque de Chapultepec, para remar un rato en el lago verde neón que luce siempre tan radiactivo. Tanta deliberación de los adolescentes, para terminar eligiendo la opción más común y corriente en su situación.

El espacio que los cuatro estudiantes dejan, es prontamente ocupado por un hombre que lleva consigo un pesada caja metálica de herramientas, cuyo transporte le hace sudar gotas gordas de Adán en busca del pan. Deja la caja en el piso y espera a su compañero de labor para irse a realizar el trabajito que consiguieron para hoy.

Tap, tap tap… Haciendo resonar contra el piso las delgadas tiras de metal adheridas a las suelas de sus zapatos  (para que no se desgasten de tanto caminar), llega un galán presuroso y ligero, sudando por el esfuerzo de su lucha contra el tiempo; viste su mejor suéter, perfumado con una loción pirata que en vano intenta emular el aroma de una fragancia de marca. El recién llegado dibuja una sonrisa de cocodrilo alegre en su rostro y abraza a la mujer de esmerado aspecto, y desesperado gesto, que lo estaba esperando debajo del reloj. Discuten brevemente, pero terminan en un público beso que muestra a los testigos que todo está bien entre ellos, y se van de aquí unidos en un romántico abrazo que les dificulta no poco su andar.

El sitio que dejaron vacante los enamorados reconciliados es de inmediato ocupado por un campesino de rasgos indígenas, su rostro es el como el de los héroes prehispánicos de las estampas y monumentos oficiales en la éoca de los muralistas, de esos personajes del ayer remoto cuya rancia cultura y actos admirables hacen sentir tan orgullosos a los mexicanos de tener un gran pasado. Ignorado por todos, si no es que incluso despreciado, el campesino cargaba un bulto más voluminoso y pesado que la caja de herramientas metálica. Dejando en el piso su bestial carga, el humilde heredero de los nativos descansa un poco bajo el reloj del andén. En eso llega el compañero del tipo de la caja metálica y ambos parten, algo retrasados para su cita, en el siguiente tren.

El campesino, mientras mira sus huaraches desgastados a punto de romperse, piensa en su mujer y en sus siete hijos, piensa en el octavo que viene en camino, pero no piensa en el futuro, sino en cómo sacar adelante el presente. Quizá hoy sea mejor día que el de ayer, quizá hoy la policía lo deje en paz y los turistas le compren al menos dos sarapes coloridos.

Al lado del campesino que ruega la bendición de la Virgen Morena, llega un ser que parece escapado de la corte de los milagros, emanando de su sucia vestimenta roída un intenso olor a orines. Se detiene a contar las monedas que ha recolectado al inspirar pena en algunos desconocidos. En eso, otro Romeo hace acto de presencia con una rosa en la mano, cuyo tallo está envuelto en papel de celofán. El nuevo galán mira su reloj y se recarga en la pared a esperar. Un anciano camina por el anden a paso de tortuga, a su edad ya no hay ninguna prisa por llegar a ninguna parte.

El campesino recoge su gran bulto, se lo coloca sobre su encorvada espalda y camina rumbo a la salida de la estación. El desempleado, aburrido, mira la hora y piensa que ya es muy tarde para acudir a los lugares donde solicitan gente, mañana irá más temprano. Al reloj no parece importarle nada y sigue mostrando la marcha del tiempo.

cigarros

 

Julio 1996

Don Nadie

El fulanito gris se plantó en el centro de la concurrida plaza dominguera. Niños con globos, globos con niños, padres con panzas de globos y madres con bustos globosos. Vendedores y gritería. Sol de medio día. El fulanito gris empezó a gritar a todo pulmón, ¡y vaya si su voz era apavarottiosa!, en frases cortas cada cosa que había hecho en los últimos dos días. «Amaneciendo con el radio encendido», «los Beatles siempre son buenos en las mañanas», «desayuno nutritivo», y así, pasando por «la experiencia en el W.C. hoy no es fluida», «ya se me quitó la comezón del ojo izquierdo», «los huevos han subido de precio», el fulanito gris dio los pormenores de su grisácea existencia… o por lo menos eso intentó. A las dos horas de su perorata, antes de llegar al «beso a mi osito de felpa y a dormir», la gente lo abucheó. Le arrojaron todo lo arrojable en una plaza dominguera (nadie se atrevió, sin embargo, a tocar las heces de perros que yacían por allí bronceándose momiosamente) hasta que el pobre fulanito tuvo que abandonar la plaza, embarrado de tomates y caramelos. La gente globera y contenta se sintió aliviada. En la noche, mientas esa gente revisaba regocijada las múltiples novedades en su twitter, en su facebook, o en sus redes sociales, acerca de personas anónimas fuera de esos ámbitos, y actualizaban su propia información, ni siquiera se preguntaron ¿a quién carajos le importa enterarse de la vida de un don nadie?

Tres ángeles

Tres ángeles sobre un arco de piedra, no en una tienda donde quieren venderte fe o superstición enlatada a precios divinos. Un simple arco de piedra, no de los que sirven para disparar flechas que cruzan el corazón de los enamorados. El trío miraba a la gente pasar. Un domingo cualquiera, día del Señor, cuando mucha gente tiende a descansar. Es extraño que esos días suelan ser soleados y que en ellos a veces se cumplan las ilusiones familiares de niños afortunados. Muchos padres llevan a sus hijos a vivir aventuras de un solo día, de oasis laboral, que posiblemente queden en la memoria de los pequeños por muchos años. Dicen que los ángeles son seres casi perfectos, que para ellos no existe el tiempo. Si son casi perfectos y no conocen el tiempo, ¿por qué entonces envidian un poco a ciertos niños y lamentan no tener recuerdos dorados? Los arcos de piedra no disparan flechas, pero los tres ángeles salieron de allí disparados, molestos, rumbo al cielo.