Escatología (el escribidor chino)

Totalmente en contra de su voluntad, el equilibrista chino fue la comprobación viviente de esa ley de Newton inspirada por una manzana. Tras su caída, en desgracia, el chino fue relegado, renqueando, a limpiar los servicios sanitarios del Mesón de los Mimos. No más alturas para el equilibrista.

A partir de que le encargaron la limpieza de inmundicias mundanas, el chino se convirtió en escribidor. La inspiración le llegó, en dosis modestas y morbosas, con las pintas obscenas y de moralidad obscura que había en las paredes de cada cubículo de inodoros y mingitorios, en las que los mimos se expresan escribiendo las palabras que su profesión no les permite proferir.

El escribidor chino, ex-equilibrista, notó que también los mimos eran seres soeces y procaces en los sanitarios, en especial cuando el signo de sagitario estaba a la alza condescendiente de occidente. «Cada quien su paja», escribió en silencio frente al mingitorio un progenitor mimo para educar a su vástago mudo, mientras ambos tenían en la mano sendos pájaros figurados, de esos que no pueden volar ni en cientos.

Amalgamando sus observaciones letrínicas y añadiendo observaciones existenciales, el escribidor chino creó un inmenso volumen capaz de dejar chica la búsqueda del tiempo perdido de Marcel (Proust, no Marceau), donde revelaba los universales significados de la pícara indecencia con connotaciones sexuales y la falsa censura del buen gusto.

En su obra enriquecida, el chino incluyó anexos sobre los flatos escapistas de ancianos que los domingos comen hamburguesas del rey en áreas de comida rápida de los centros comerciales favorecidos por la burguesía arribista, otros sobre los diversos tipos de sustos capaces de sublevar los esfínteres y desrrellenar las tripas en los momentos más inapropiados, culminando con la sublime descripción girondina de orgasmos sádico-escatológicos usando palabras tan blandas como el queso untado a los nachos inspirados en los relojes de Dalí.

En un paréntesis que más parecía un oasis entre un gran desierto de mierdas y demás secreciones y desviaciones, el escribidor chino hablaba de los abrazos que unen a los pechos, tanto los de afecto sincero del corazón, como los falsos y utilitarios que son dados a cambio de judosas recompensas en monedas de plata.

Pero ¡ay!, la humanidad jamás tendrá tiempo suficiente para lamentarse apropiadamente así viva otros improbables mil años de la pérdida de esa voluminosa y valiosa obra maestra del escribidor chino, quien una funesta mañana la dejó sobre un excusado sin perdón, para mientras tanto dedicarse a limpiar con ambas manos el espejo opaco de los lavabos. La obra (literaria, no intestinal) cayó accidentalmente en el remolino acuoso que se alimenta de excreciones humanas. Dejemos correr una furtiva lágrima en señal de duelo.

El culpable de esta pérdida fue un mimo miope, que presuroso por deshacerse de su carga de Dairy Queen® marrón, cubrió accidentalmente el volumen con sus heces y demás desechos, desequilibrándolo por completo del borde del trono y de inmediato oprimió el botón que hizo que todo el trabajo de años del ex-equilibrista se fuera por el caño hacia el canal democrático que no distingue razas, religiones ni ideologías, el canal donde la justicia es la misma para todos los productos finales, entrañables, de la humanidad. La equidad más completa solo se consigue entre la mierda.

Claro que en realidad al valioso volumen únicamente se le adelantó su destino, pues todo y todos, sin excepción, tenemos ese final, real y metafísicamente hablando.

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