Reír no es tan sano

Sugerencia de escritura del día
¿Qué te hace reír?

Aún ahora ignoro qué ocasionó mi risa. Yo era el único que reía.

Todo era, como de costumbre en esas ocasiones, demasiado solemne y monótono.

La gente me miraba extrañada e incluso asustada, pues nada gracioso ocurría allí.

De todas las imágenes respetables y dolientes, no había ninguna que debiera causarme gracia; sin embargo esas mismas imágenes me hacían reír. Quizá tanta pena dramatizada. ¡¿Qué se yo?!

Y no podía dejar de reír, al contrario, con cada intento de autocontrolarme, más me reía. Más sonoras eran mis carcajadas a mayores esfuerzos míos por contenerme.

Pocos asistentes comenzaron a contagiarse de mi risa, sonriendo tímidamente, pero se reprimieron de inmediato. Ojalá hubese sabido cómo lo lograban. La mayoría simplemente incrementó su enojo e irritación hacia mí.

De repente hice lo que debí hacer desde un principio y me fui de ahí lo más aprisa que pude, antes del último santiamén.

Las miradas severas que me arrojaba la gente durante mi salida no hicieron más que provocarme más risa.

A la mañana siguiente fui citado en la sede del Santo Oficio. Confesé todas las culpas que me colgaron durante el primer interrogatorio, no hubo necesidad de un segundo ni de tortura. ¿Para qué?, ¿de qué manera podía rebatir las faltas que me imputaban?, ¿cómo explicar que simplemente no podía dejar de reír durante la misa?

Ahora me conducen a la hoguera para ser quemado por posesión diabólica. Ya no me río, sólo estoy algo sorprendido.

Reír no es tan sano

Aún ahora ignoro qué ocasionó mi risa. Yo era el único que reía.

Todo era, como de costumbre en esas ocasiones, demasiado solemne y monótono.

La gente me miraba extrañada e incluso asustada, pues nada gracioso ocurría allí.

De todas las imágenes respetables y dolientes, no había ninguna que debiera causarme gracia; sin embargo esas mismas imágenes me hacían reír. Quizá tanta pena dramatizada. ¡¿Qué se yo?!

Y no podía dejar de reír, al contrario, con cada intento de autocontrolarme, más me reía. Más sonoras eran mis carcajadas a mayores esfuerzos míos por contenerme.

Pocos asistentes comenzaron a contagiarse de mi risa, sonriendo tímidamente, pero se reprimieron de inmediato. Ojalá hubese sabido cómo lo lograban. La mayoría simplemente incrementó su enojo e irritación hacia mí.

De repente hice lo que debí hacer desde un principio y me fui de ahí lo más aprisa que pude, antes del último santiamén.

Las miradas severas que me arrojaba la gente durante mi salida no hicieron más que provocarme más risa.

A la mañana siguiente fui citado en la sede del Santo Oficio. Confesé todas las culpas que me colgaron durante el primer interrogatorio, no hubo necesidad de un segundo ni de tortura. ¿Para qué?, ¿de qué manera podía rebatir las faltas que me imputaban?, ¿cómo explicar que simplemente no podía dejar de reír durante la misa?

Ahora me conducen a la hoguera para ser quemado por posesión diabólica. Ya no me río, sólo estoy algo sorprendido.

Ya ni llorar es bueno (antes)

Recuerdo la época en que arrojaba piedras a las multitudes, señalando al que mentía por ganarse un mendrugo de pan. Odiando al que aspiraba cada año a tener un auto nuevo y condenando a los que iban al país del adulterio. Con risa soberbia me reía del que rogaba que le tocaran el sexo y de aquel que lloraba porque en su libertad se sentía preso. No soportaba a quien vivía como los demás le dictaban. Yo me sonreía entonces, pero ahora los entiendo y hasta perdí la risa.

Me recuerdo despreciando al que iba a la casa de Dios a pedir auxilio, y también del que la misma ayuda la pedía a su vecino. Ahora que la inmortalidad se me escapó de las manos, me encuentro actuando papeles que ayer hubiera yo rechazado. Ahora sé que la imagen y semejanza que compartimos con el Creador es la posibilidad de hacer el bien o el mal desde el fondo del corazón.

Por fin entiendo eso de que con la vara que mides serás medido y todo me dolería menos si ella estuviese aún conmigo. Camino solo la ruta que me ha de llevar hasta el final. A veces estoy tan cansado que ya no puedo ni mirar.

Ojalá sea cierto eso de que todos podemos aspirar a ser perdonados, si en verdad queremos vivir sin estar equivocados. Ya no me burlo con tanta fuerza, es más, ya no me burlo en lo absoluto, desde que me descubrí haciendo lo que hace cualquier adulto.

Me hubiese gustado conservar mi inocencia, pero ya ni llorar es bueno, ahora sólo aspiro a la paciencia.

El angel exterminador

El monje de negro

Sentado a la orilla del camino, esperando anonadado ni a la nada ni a nadie en especial, ensayando mis imitaciones de bufón popular, que por entonces estaba muy de moda en la descortés corte del corte inglés. Yo me esforzaba por tratar de dominar los bobos chascarrillos fáciles que tantas carcajadas producían en los cazadores sin carcaj, en los príncipes de hueco cráneo de globo terráqueo y en las princesas de portada de revista del corazón y de la moda agobiante y gobernante. Entonces, por el camino, apareció un monje negro con un perro viejo, que tampoco era blanco, ni de tono di de burlas. Los relatos de costumbres acostumbran indicarnos que personajes como ese monje obscuro son seres sabios y serios que pagan sus peajes con dinero de bolsillos ajenos. En realidad ignoro si eso es verdad, y tampoco pude notar su supuesta sabiduría, pues al verme, el monje negro se detuvo frente a mí, mientras su perro trataba de lamer el cielo. Me dijo: “En Pakistán murieron 22 personas en una boda, todo porque acostumbran hacer disparos al aire para festejar. Uno de los invitados, con un obús mortero, no supo manejar bien el arma y en vez de tirar al cielo, tiró al novio, a los 14 niños del coro (ahora celestial) y a otros tantos invitados, hiriendo de menos a 20 más, incluyendo a la novia, quien quedó viuda el mismo día de su boda. ¿No crees que la gente es realmente estúpida?” Yo, sorprendido por la historia, me quedé boquiabierto porque supe que eso había sucedido temprano en un verano en la Tierra de nuevo calentamiento global crítico artificial. El monje llamó a su perro y se alejaron, perdiéndose en el horizonte rinoceronte de dura piel de hiel. Yo retomé mis intentos de ser tan gracioso como buen bufón popular y olvidé el asunto con la siguiente noticia de intrascendencia que pasó por el camino.

monk

Ya ni llorar es bueno

Recuerdo la época en que arrojaba piedras a las multitudes, señalando al que mentía por ganarse un mendrugo de pan. Odiando al que aspiraba cada año a tener un auto nuevo y condenando a los que iban al país del adulterio. Con risa soberbia me reía del que rogaba que le tocaran el sexo y de aquel que lloraba porque en su libertad se sentía preso. No soportaba a quien vivía como los demás le dictaban. Yo me sonreía entonces, pero ahora los entiendo y hasta perdí la risa.

Me recuerdo despreciando al que iba a la casa de Dios a pedir auxilio, y también del que la misma ayuda la pedía a su vecino. Ahora que la inmortalidad se me escapó de las manos, me encuentro actuando papeles que ayer hubiera yo rechazado. Ahora sé que la imagen y semejanza que compartimos con el Creador es la posibilidad de hacer el bien o el mal desde el fondo del corazón.

Por fin entiendo eso de que con la vara que mides serás medido y todo me dolería menos si ella estuviese aún conmigo. Camino solo la ruta que me ha de llevar hasta el final. A veces estoy tan cansado que ya no puedo ni mirar.

Ojalá sea cierto eso de que todos podemos aspirar a ser perdonados, si en verdad queremos vivir sin estar equivocados. Ya no me burlo con tanta fuerza, es más, ya no me burlo en lo absoluto, desde que me descubrí haciendo lo que hace cualquier adulto.

Me hubiese gustado conservar mi inocencia, pero ya ni llorar es bueno, ahora sólo aspiro a la paciencia.