Con un futuro que cuelga como el fruto extraño de Billie,
en algún lugar del basurero de lo que fue el Jardín del Edén.
Me siento otra pieza confundida del edificio de bloques,
el lego no clerical, sin trademark, que siempre soñó con el mar.
Siento vértigo ante el abismo del destino,
viajando a bordo del colectivo masivo que tiene un solo volante.
Conduce el que más tiene, el tipo al que le sobra y siempre quiere más.
Yo viajo atrás, con todo el resto y nuestros desechos, somos muchos,
pero no por eso importamos, ni siquiera un poquito.
Los pasajeros somos como hormigas, poco o nada tenemos,
enajenados marchamos y, a veces, balamos como borregos.
Este viaje empieza a lucir como la pesadilla que tuvo Juan en Patmos,
después de que experimentó en carne propia lo que las patatas a la francesa.
El conductor del colectivo ríe a carcajadas. ¿Sabe algo que todos ignoramos?
¿Terminará como cualquiera de nosotros? ¿Escapará como el Batman de los 60?
El impacto es inminente, las estrellas miran compasivas.
La fiesta del macho cabrío no cabe en este escrito, aunque
la pizzería de Moloch fue clausurada, menos mal.
Cada día estamos más cerca de algo, ¿o de la nada?
La velocidad se incrementará por lo que queda de camino.
Todo se detendrá hasta el impacto final o el despertar de la mariposa,
Lo que ocurra primero. Pero me pregunto si entonces, ¿los últimos importarán?
Lo dudo, y seguiré dudando, mientras exista.
Echa la culpa al carterista cartesiano.
Al final, ¿algo importará? o será un Reset (again and again and again…)
El rizo perpetuo de la paterna materno.