La asignación

Mientras ella anota una orden, su mano tiembla ligeramente. Su piel ya no es tersa, su color es indefinido, al menos para mis palabras.

[Los rollos del Mar Muerto deben tener un color más vivo que el de la piel de quienes navegan en la Angustia Perpetua.]

La voz de esta mujer es el éxito de un esfuerzo titánico para sonar amable a pesar del cansancio, parece que ella ha estado aquí trabajando desde hace ya muchas horas y quizás desde hace muchos años.

[La vida se nos va en la rutina de los horarios, somos remeros de galeras como en la que Ben-Hur calentaba la banca de madera, antes de que sus parientes se hicieran con el fuego de la banca mundial.]

¿Trabaja esta mujer doble turno? ¿Es tan grande su necesidad de dinero? Un solo turno me parece que debe ser agotador en este lugar, e imagino que sólo alguien con mucha necesidad labore tantas horas aquí, hasta que por tradición pagada le duelan los pies.

[La relatividad del tiempo depende de la percepción y de nuestro humor, por ejemplo: pasa rápido cuando estás con, o dentro de, alguien a quien amas y pasa lento cuando estás en el sillón del dentista.]

Doy otro sorbo a mi café, su temperatura ya no es suficiente para quemarme la boca, de hecho está ya está tan tibio como los vomitados por Dios. Llevo aquí demasiado tiempo garabateando y divagando en mi libreta, intentando sin éxito escribir algo que valga una pena.

[Las palabras son símbolos sagrados con los que jugamos de vez en cuando.]

Ella se percata de que mi taza está casi vacía y sin preguntarme, en una acción mecánica, se acerca a mi mesa, me llena la taza de nuevo con un café humeante y de inmediato se va para atender otras mesas.

[Llegó y se fue, como la Buena Fortuna o como la Peste después de cumplir su misión.]

¿Vivirá sola? ¿Su pareja tendrá la misma edad que ella y también realiza un doble esfuerzo para salir adelante? ¿Tendrá un hijo con alguna discapacidad, un adulto que depende de ella? ¿Se estará haciendo cargo de alguien más?

[El amor es el motor de la vida, pero a veces nos parece un lastre que nos impide volar. No todo lo que brilla es oro, y el amor no es siempre lo que con esa palabra designamos.]

Mi mente sigue divagando y no puedo escribir ni siquiera dos renglones completos de la asignación que tengo. ¿Para qué me sirve la clase de Redacción en la facultad cuando lo mío es ser camarógrafo y editor de video?

Las imágenes son lo mío, el lenguaje que perciben los ojos, el movimiento. El papel es aburrido y cansa leer. Ya no son tiempos de lectura, ¿para qué sirven los libros si tenemos el audio y el video?

[Una imagen vale más que mil palabras es el nombre de una calle principal en el Barrio de las Frases Trilladas.]

Frente a mi mesa hay otra ocupada por una pareja. El hombre de unos 50 y pico de años, bien vestido, probablemente viene de su oficina, sede de una empresa que no produce felicidad, según me hace creer su cara de pocos amigos.

Su mujer —imagino que es su esposa porque no han cruzado más de tres palabras desde que llegaron aquí, y eso fue hace un buen rato— tampoco luce muy simpática, la petulancia se dibuja en su rostro escasamente femenino y que requiere de muchos adornos para intentar infructuosamente ser medio atractivo.

[La belleza y la verdad se devalúan con los adornos, no se dónde leí eso, pero me sospecho que es verdad.]

La mujer cansada del doble turno llega hasta la mesa de la pareja y les sirve postres. Esto es la mecha corta que detona la ira del hombre, quien comienza a quejarse de algo. No entiendo bien si es que no le dieron el postre que ordenó, si es que éste no luce como en la foto del menú o que le falta un ingrediente. La mujer agotada escucha con estructurado estoicismo mientras la esposa del fulano asiente para darle toda la razón a su marido.

[Furcia es una palabra que me resulta ajena, me suena a arpía o a ser volador que importunó a Jasón y sus argonautas mientras buscaban un feo vellocino.]

El tipo exige, no solicita ni pide… EXIGE hablar con el gerente o con el superior del restaurante, pues la mujer que los atiende OBVIAMENTE no puede solucionar nada, NO TIENE CAPACIDAD (eso sí lo escuché bien).

El gerente del local llega y, al pie de la letra del manual, le da toda la razón al cliente. Sospecho que el marido furibundo sólo quería explotar y expeler la presión de ira contenida, por eso aprovechó la oportunidad que le brindó el insignificante error de alguien para sacar a su tirano reprimido (ese que todos llevamos dentro según Freud, creo). La esposa no deja de darle la razón a su rabioso marido.

[Hay voluntades débiles que se doblegan por pereza, otras lo hacen para asegurarse el pan, también hay «voluntades» sin una pizca de albedrío.]

La mujer trabajadora asiente a toda la reprimenda del gerente, después de la perorata del hombre iracundo. Algo le dan a la pareja, cortesía de la casa, lo que calma la furia del mal encarado marido.

Tras este acto, ella entra en la cocina, la puerta no cierra del todo y me permite observar que, dentro, se recarga en una pared, agotada y muy cansada, y se presiona los párpados con el índice y el pulgar de una mano, respira profundamente, vuelve a abrir los párpados y retoma su labor.

[Job no era tan paciente como cree la gente y compite con Jeremías el dudoso honor de la medalla bíblica de las quejas amargas.]

Yo sigo garabateando en la libreta, sólo garabatos pues no se me ocurre nada, o nada de lo que se me ocurre sirve para mi tarea. Renuncio a mis esfuerzos, estériles como Santa Ana, y pido la cuenta. La mujer cansada me la trae y me pregunta si deseo más café. Le agradezco, pero no más café, luego no puedo dormir. Me pongo de pie y me voy a la caja a pagar.

A ella le dejo doble propina, ¿para aliviar mi alma? ¿Para resarcir un poco la injusticia que ella sufrió? Debe ser por eso, pues creo que una doble propina no le cambiará la existencia en absoluto ni en relativo.

Salgo de allí pensando en cuál será mi pretexto por no entregar mi asignación imposible en la clase de Redacción.

[La literatura es la casa de espejos de la Verdad. ¿Y qué tal si realmente yo soy el marido iracundo?]

tiempo

Amor

Quiero escribirte de amor…

hoy me armo de valor:

en un ramo de palabras

digo que tu presencia mora en mi alma

y que todos mis caminos llevan a tu Roma.

Aún quiero escribirte de amor.

Así tras meter el amor en el vaso de una licuadora y darle a la más alta potencia hasta que el olor a quemado invada la estancia, sale la confesión ligera de caballería sin nobleza. Sed del desierto y desesperación no inspirada. Urgencia sincera, eso es lo que a veces salva a las mediocres ocurrencias.

En ocasiones es tan fácil convencer, aún con palabras insuficientes, basta sólo con mostrar honestidad. Un corazón en la mano dice más que mil palabras y vende más que cien comerciantes de medina que te invitan un té de menta al negociar.

Recuerda que cuando expreses lo que de verdad sientes, si puedes, mira a los ojos de quien recibirá tu mensaje y no uses gafas de sol en ese momento. Y por favor, por respeto al movimiento perpetuo y al cambio inacabable: NUNCA, ¡¡¡NUNCA!!! grabes el instante y lo publiques en tus redes.

El mensaje

Para poder enviarte el mensaje, tuve primero que vaciar la botella, bebiendo todo su contenido.

Esa acción me sirvió de paso para armarme de valor en mi desarmada timidez. Para sentir que podía hacer lo que me propuse hace mucho y que postergué por miedo. Para encontrar mejores palabras que aquellas dictadas sólo por tu inspiración.

Tuve que beber el contenido hasta el fondo, para tener la fuerza de expresarme bien, a conciencia; perdiendo sin saberlo la inocencia y de paso la decencia. Y una vez bebido, las cosas me parecieron realmente más ligeras, posibles sin ningún obstáculo; me sentí capaz de arrojarme a cualquier foso y salvar cualquier distancia. Supermán sin kriptonita en un viaje de iniciación, la progenitora de Tarzán en la convención de la selva.

Bebí la botella, hasta dejarla seca como el Sáhara, listo el envase vació para proteger y transportar el importante mensaje a través de los siete mares, desafiando las tormentas y las fronteras, e ignorando al servicio postal. Pero yo estaba mareado, sé que escribí algo, con cierto trabajo, quizá garrapateado, y no recuerdo más. ¿Dije servicio postal?

Dicen que me fui sin despedirme, que tras secar la botella, la puse en mi bolsillo y salí caminando como marioneta en manos de un maraquero, quizá de un severo enfermo de Parkinson. Dicen que me fui, y que no echaron de menos al bufón, pues sus gracias ya eran más pesadas que el plomo de Plutón.

Nadie sabe cómo llegué a mi destino, cómo atravesé en mi desastroso estado la peligrosa avenida transitada; ni yo sé cómo desperté completamente vestido, tal como la noche anterior, con mi ropa arrugada, deshidratado, con una extraña compartiendo mi cama, y que me dijo que le dije que la amaba.

Para poder enviarte el mensaje, tuve primero que beber el contenido de la botella. Al final no sé dónde quedaron mis palabras, mis ilusiones, mis propuestas ni mis poemas. Al final no supe si lo dije todo mal, o siquiera si lo dije en absoluto.

La próxima vez trataré de enviar mis mensajes en un sobre o quizá en una canasta de mimbre tejido. Las botellas no son de fiar.

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Sólo queda el silencio

Sólo queda el silencio, nada de eco, ni un sonido sobreviviente. Sepulcral quietud.

La gente suele alejarese poco a poco, así es la cosa en esto que se llama vida, pero cuando se va con prisa y viento a favor es por tu actitud, cuando dista mucho de ser la que se espera.

Apresuré el proceso, aquí sólo queda el silencio, la condena que me prohíbe cualquier conversación contigo. Caín mudo, el judío errante sin historias pintorescas.

El crimen es que no me gustan las personas, ni la sociedad, ni hablar huecamente de lo que está de moda, de la tendencia del día, de las noticias, pero vamos, tampoco es sano el monólogo perpetuo, el propio punto de vista por siempre.

«Cuidado: si únicamente hablas contigo pudieras estar hablando con una mala persona».

Así que sólo queda el silencio, y aún respiro. A veces la quietud es un alivio, pero casi siempre es ensordecedora.

No soy una persona profunda, pero me es imposible sostener siempre charlas tan ligeras como la espuma en hocico de perro rabioso.

No vivo hablando de filosofía, ni de espiritualidad, qué contrariedad, pero tampoco soporto oír la misma gracia simplona 278 veces al día.

No puedo aplaudir por cualquier ocurrencia, no me puedo reír en un drama devastador cuando se dice algo que pudiera parecer remotamente gracioso, no doy palmadas en la espalda para felicitar a quien dice cualquier estupidez en voga, ni me «apasiona» lo que se impone desde las oficinas centrales de este Infierno. Ahora se exige que todo nos divierta, que nos produzca carcajadas, tenemos «derecho» a la constante ligereza, que en vez de aliviar nos aturde.

¿Es por eso por lo que te alejé? ¿No decías que admirabas mi honestidad? Igual yo soy para ti, also similar a lo que yo pienso de los demás.

Sólo queda el silencio, y aunque muchas veces duele como el carajo, sigue siendo preferible al ruido sin sentido.

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En tu habitación

En tu habitación, como alquimista medieval, realizas conjuros extraños, guiando corazones a tu manantial. El fin es bueno, no hay rastros de malicia, te creo, y esta es parte importante de lo que me atrae más de ti. No somos perfectos, de hecho soy una completa colección de errores. Mi fuerte son las palabras y la imaginación, y bastantes veces las dos juegan en mi contra.

En tu habitación, como alquimista medieval, te comunicas a media noche con quien te adora, con quien te admira por tu belleza total, natural, y que espera no pisar en falso para caer en el precipicio de las equivocaciones. Nada está garantizado, y es probable que me vuelva a desbocar. No es pedirte disculpas por anticipado, es simple aceptación de mi humanidad.

En tu habitación, como alquimista medieval, te llega el cansancio y decides poner a dormir tu piedra filosofal. Se acaba la charla con tu despedida, tu admirador se queda pensando en ti, y escribo esto. Ojalá que lo nuestro, de existir, llegue a buen puerto.

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Miré con respeto más allá de tu belleza

Miré con respeto más allá de tu belleza,

y vi un lugar donde el bien y el mal cohabitan en paz.

Luego entendí que la noche es tan tuya como lo es el día

y que eres tan mujer como aún eres niña.

No te sentí como ideal, y tampoco perfecta,

pero sí como ejemplo de humanidad libre y natural.

Quise conocer tu historia y agradecerte todo lo que obtuve de ti,

antes de que me abandonaran las palabras.

Posiblemente dije demasiado, hasta abrumarte y cansarte.

Ahora ya me cuesta trabajo incluso hablar.

Quizá desde el principio debí quedarme callado y limitarme a

mirar con respeto más allá de tu belleza.

 

 

Las frías noches de enero

Las frías noches de enero me hacen pensar,
Plasmar mis deseos en hojas blancas, recordando todo lo que no te dije cuando estabas frente a mí;
y es que cuando te veo, me enfoco tanto en el momento,
que permanezco mudo mientras a mi lado pasa como robado el tiempo.
En esas mismas hojas quisiera describir con justicia,
cada rincón y milímetro que hacen soberbia tu anatomía,
o poder recrear como un gran don de mi memoria
cada idea, cada palabra que me dijiste con tu linda boca.
Pero en las frías noches de enero me encuentro solo,
tan solo como el gélido viento del norte,
tratando de plasmar tus recuerdos en un papel
que ojalá guardaras muy cerca de tu cálido pecho.
Y sueño con historias de conquistas, sitiando tu corazón
que al final cae rendido, como ante el tuyo cayó el mío.
E imagino que la distancia se acaba por fin para ambos
y salimos juntos a encontrar tesoros y recuperar las materias que reprobamos.
No me importa que lo escrito en esas hojas no le guste a nadie,
en tanto tú las encuentres sinceras y agradables.
Aunque al final sienta que no puedo plasmar en ellas
ni la mitad de lo que siento que son verdades contigo.
Pero es todo lo que puedo hacer en las frías noches de enero,
mientras en cuerpo y alma espero por ti.
 
cold

El espantaideas

Oscuras aves marginales acechan los renglones, aún en blanco, del cuaderno barato comprado en situación de emergencia.

Las aves esperan hacer nidos de ideas, cuyo fin es tratar de detener el tiempo y acortar distancias.

Las aves oscuras van poco a poco encontrando lugar, metamorfoseadas en letras, aunque las ideas no siempre son buenas.

Las ideas pueden sonar bien dentro de la cabeza, pero si se debilitan al escribirse puede deberse a que en algún sitio de la hoja está escondido el espantaideas, que tiene como principal objetivo auyentar la inspiración, evitar que en los renglones se plasme algo interesante o apasionado, ¡es un pesado!

Por allí debe estar el espantaideas, suspendido de dos largos maderos, como esclavo romano castigado por robar, por intentar escapar o por incitar una sublevación.

Cuando el espantaideas triunfa, el resultado son letras como estas, algo como una silla vacía que de nada sirve porque no se utiliza. Un tiempo perdido y camino que no llevó a ningún lado.

El espantaideas triunfó de nuevo.

Kafka y espantaideas

Eres la belleza, interna y externa, que ningún artista podría captar en su totalidad.

Eres la inspiración que emana de un misterio y que hace vibrar las cuerdas más musicales del alma.

Eres el rostro que habita en mi mente y corazón.

Con palabras quisiera expresar lo mucho que eres para mí.

Pero una vez más me siento como el niño que saltando del columpio quiere alcanzar la luna.

Y no importa la imposibilidad, con gusto vuelvo a saltar.

Dejemos que hable el viento

Dejemos que hable el viento… total, siempre se lleva las palabras.

Dejemos que hable, porque yo no tengo nada que agregar a lo nuestro.

Dejemos que hable el viento porque con tanto vocabulario robado debe tener mucho que decir, y porque de nosotros ya lo he escuchado todo.

Dejemos que hable porque seguramente ha visto bastante, ya que ha estado incluso en los confines del mundo, mientras que nosotros nos hemos encerrado en las cuatro paredes de una rutina.

Así que vivamos un minuto eterno guardando tú y yo silencio, y dejemos que hable el viento.