Nadie se muere de eso

Nadie se muere de soledad.

Nadie deja de respirar porque se siente sin compañía.

Además, el abandono se experimenta sobre todo cuando estás en medio de la multitud.

Pero la soledad no termina con tu vida.

Nadie se muere por desamor.

No ser amado o sentirse engañado quizá te haga más frío.

Pero créeme, tu corazón conservará sus latidos.

El amor no es como el aire que respiras, es un accesorio de lujo para sobrellevar la rutina.

Nadie se muere de añoranza.

Porque quien solamente añora, y en el pasado centra su esperanza, es un realidad un muerto viviente.

Sufre dolores de cuello quien sólo mira hacia atrás.

Pero no por eso será sepultado.

Nadie se muere por faltas al honor.

A menos que se involucre en un duelo y le toque estar en el lado equivocado de la espada o de la bala.

Fuera de eso, el deshonor no mata.

Lo único que nos mata es la vida misma, ayudada por su cómplice llamado tiempo.

Y muchas veces también matan el hambre, la peste, la victoria, la guerra y los impuestos.

Pero nadie se muere realmente por desamor, soledad o deshonor.

La realidad depende de cada quien

Los músicos callejeros, familia escuálida que vino del campo a la ciudad huyendo del hambre en busca de una oportunidad, miraron con cierta admiración y envidia el auto último modelo que dio vuelta en la esquina.

El auto, conducido por un anciano acompañado de su esposa, aceleró, pues el matrimonio emocionado iba retrasado a su importante cita con la hija y la nieta de ambos. La hija, tan admirada por la pareja, recientemente divorciada, y la nieta, adolescente insoportable que se convertía en autista en presencia de sus abuelos, por fin habían aceptado comer con ellos.

Cuando los viejos entraron en el restaurante con un poco de retraso respecto a la hora acordada, se percataron de que la hija y la nieta aún no habían llegado, así que pasaron a una mesa y se dispusieron a revisar sus redes sociales para sobrellevar la espera.

Tiempo después, hartos los dos de contemplar tanta estupidez en sus dispositivos, decidieron leer la carta del restaurante, aunque cada quien sabía de antemano lo que iba a ordenar: el platillo favorito de su hija. Tras leer dos veces la carta de la alfa a la omega y de la seca a la meca, la anciana preguntó a su marido: «¿y si le llamo?». El viejo asintió con parsimonia de tortuga vieja, esperando basado en la experiencia lo peor: la cancelación de la cita.

La vieja llamó, luego le dijo a su esposo: «se les hizo tarde, pero ya casi llegan». Satisfechos los dos, volvieron de nuevo a revisar sus redes sociales. Los comensales del restaurante ya se habían renovado un par y media de veces, cuando por fin se apersonaron la hija y la nieta, esta con sus inseparables audífonos oyendo música a todo lo que daba el volumen de su aparato.

La hija saludó a sus padres, como Mussolini saludaba a sus tropas, y después ordenó que se cambiaran de mesa porque esa que habían elegido los viejos no le agradaba. Todos se cambiaron a una mesa al fondo del restaurante. Una vez que tomaron asiento en sus nuevos lugares, la hija dijo a sus padres que ella y la nieta ya habían comido, y que tendrían que irse pronto porque tenían otro compromiso.

En breves palabras todos se dijeron que estaban bien, y cuando llegaron los platillos que los felices ancianos habían ordenado, la hija y la nieta se despidieron y se fueron. Los viejos comieron solos, pero muy contentos de haber visto a las dos añoradas ausentes.

Esa misma noche el viejo murió de un infarto fulminante, nada relacionado con lo que había comido en el restaurante. La viuda tuvo que vender el auto último modelo para pagar los gastos del hospital que nada pudo hacer por el anciano, y para el hacerse cargo apropiadamente de los restos del viejo. Ella no tardará mucho en acompañarlo en el más allá.

La hija en el funeral no se cansó de repetir a quien la oyera, abrazando a su madre, que ella siempre había estado muy unida a su padre, y que de hecho había convivido mucho con él hasta el último día de su vida («literalmente», remarcaba ufana). La anciana asentía, mientras la nieta permancía en el fondo de la funeraria, oyendo su música e importándole todo un carajo, así será hasta que deba conseguir trabajo.

Mussolini Saludando

 

Esperando la Aurora

Ha sido una larga noche en vela.

Llena de aterradores pensamientos sin esperanza.

Soy testigo claro, iluminado por el eco de los tiempos,

de que no tiene caso apostarle al mañana… los dados están recargados.

Sin embargo aquí estoy, respirando y pensando, esperando la aurora.

La vida es corta para muchos.

Principalmente para aquellos que no la saben vivir.

Para quienes cada día es una rutina y cada noche una ruina,

esos son los dopados con series, canciones en serie, modas inmundas y dispositivos sometedores.

La vida es corta sobre todo para quienes no tienen ni idea de lo que es la libertad.

Al final nada importa y sin embargo aquí estoy, esperando la aurora.

La soledad no es una maldición, el abandono sí, y estos son tan hermanos como Abel y Caín.

De arriba nos hacen creer que no estamos solos, cuando en realidad acá abajo estamos abandonados.

La vida no tiene ninguna razón ni motivo en sí, está en nosotros crear el nuestro, y seguirlo.

Pero somos pereza viviente, preferimos todo empaquetado, a pesar de que el precio a pagar sea nuestra propia destrucción.

A veces es difícil seguir por aquí y sin embargo aquí sigo, respirando y pensando, esperando la aurora.

esperando la aurora

Dodo (el último trago)

Qué se le va a hacer, no hay otra opción más que la resignación.

Sacar pecho y seguir derecho.

Cuando uno no encaja, nomás no encaja.

¡Carajo!

No puedo tener empatía ni con los inadaptados.

Me siento exiliado. Luzbel sin maldad ni belleza, desterrado de la comunidad total.

Descastado aún entre los que carecen de casta.

Y no es que yo sea subversivo, revolucionario o radical, simplemente lo que digo a nadie importa, aunque tampoco me importa mucho lo que dicen los demás.

Buzo solitario en las abismales aguas oscuras del océano de la incomprensión.

Sí, puedo tener muy ocasionalmente conversaciones interesantes, pero el encanto se rompe y de nuevo me veo en un desierto sin siquiera medio Simón.

¡Está cabrón!

Termino asimilándolo todo, hasta que cometo de nuevo el mismo error de creer que por fin he encontrado a algien especial.

Supongo que siempre caigo en los mismos errores con el mismo tipo de gente, totalmente incompatibles conmigo. Y otra vez al brindis solitario…

Al menos únicamente duele en lo que se derrumba la ilusión, después todo regresa a la normalidad.

dodo

El hombre sin corazón

Ella no había sido la primera. No se separaron por nada extraordinario. La historia de ambos, como todas las historias, incluyendo las histéricas, tuvo un final. Así, nada más, ella se fue y él cerró la puerta por dentro.

No transcurrieron muchos días cuando él empezó a añorarla, recordando sólo lo bueno, lo positivo; hasta que olvidó por completo los porqués verdaderos de sus separación. En su mente él hizo del rompimiento el mayor misterio del mundo. La perdió por completo.

Lo siguiente en desaparecer fue el auto. Nada insólito si se toma en cuenta la inseguridad de la ciudad. Lo reportó robado y jamás fue encontrado. Cosa de todos los días, a cualquiera le pasa. Decidió no reponerlo y volver a caminar, pensó que le haría bien.

Después fueron los amigos, poco a poco se fueron perdiendo. Los números telefónicos que tenía en su agenda ya pertenecían únicamente a desconocidos, y nadie pasaba ya por la casa de él. Siguió mecánicamente con su vida, o con lo que le fue quedando de ella.

Una mañana, su casa amaneció sin espejos. La siguiente desaparición fueron los muebles y una tarde, a su regreso del trabajo, donde solía estar ubicada su casa encontró un enorme terreno baldío, lleno de mala hierba que al parecer llevaba mucho tiempo enraizada. No se estaba volviendo loco, la dirección era la misma, los vecinos también, pero nadie parecía reconocerlo. Él se fue a vivir debajo de un puente.

Su trabajo también se había esfumado, ya no tenía caso pagarle a un compositor para quien las notas desaparecen. Comenzó a mendigar para mantenerse entretenido. Se le fugó el interés. Sus recuerdos se fueron desvaneciendo hasta que en su memoria ya no se dibujaba el rostro de ella y sus labios no evocaban su nombre ni en sueños.

Una mañana de abril sintió un agudo dolor en su pecho y fue llevado de emergencia a un hospital de beneficencia. Los médicos que lo atendieron no creían lo que atestiguaban: al vagabundo adolorido le faltaba el corazón.

El caso se hizo famoso, un hombre ‘vivo’, aparentemente sano, que en vez del músculo vital tenía un hueco. La nada, sólo un vacío.

No lo pudieron certificar como muerto, pues el tipo respiraba, se movía y pensaba; sólo que le faltaba el corazón.

A partir de entonces ya nada más desapareció. Un inteligente empresario circense lo contrató. Ahora cualquiera que tiene suerte (y que pague el boleto), podrá asistir al circo, cuando éste se encuentre cerca, y admirar al hombre que no tiene corazón.

el hombre sin corazón

Voladores de Papantla en la Ciudad de México

Mira hacia arriba, hacia ese espacio que es el ambiente natural de las aves, donde debería estar Superman supervisando (si él existiera claro). Mira hacia allá arriba, pues esta mañana verás a cinco criaturas bípedas, sin alas, desaladas y muy reales.

Allá en lo más alto de un poste, están cinco hombres vestidos a la moda Mexican Curious, dispuestos a realizar un antiguo ritual, solo que ahora en vez de hacerlo por una añeja religión, en la que ya nadie cree, lo hacen por la más moderna creencia en la que casi todos ponemos nuestra fe: el dinero.

Allí, cerquita de Dios (si Él existiera claro), donde las copas de los árboles te harían recordar al brócoli, los cinco voladores de Papantla miran hacia abajo, a todos los espectantes individuos que los contemplan boquiabiertos, la mayoría de los cuales son turistas extranjeros que han ido llegando poco a poco por curiosidad.

Hoy, el fondo del escenario no es azul, sino un cielo gris cargado de nubes que cantan su pigmea victoria ante el sol, anunciando una próxima tormenta, que quizás no será perfecta.

Como buenos artistas, los voladores hacen esperar a su público, esperando a su vez que lleguen más personas para ver su actuación. Pero no abusan, pues saben que no es bueno excederse con la paciencia del irrespetuoso, y deciden comenzar su descenso giratorio.

Los tiempos han cambiado, ahora los voladores están más afianzados que sus antepasados, quienes solo dependian de su equilibrio. El que tocará el tambor y la flauta en la punta del poste, como un eje para los que girarán, se sujeta firmemente, aunque no deja de ser arriesgado lo que ellos hacen.

Se comienza a escuchar el sonido de los instrumentos desde el cielo, y cuatro personajes, bien atados a cuerdas, se arrojan al vacío y comienzan a dar vueltas, girando y girando por el aire, bajando un poco más con cada giro alrededor del poste; convirtiéndose en una comprobación real de las fuerzas centrífuga y de gravedad.

Los turistas se sienten transportados brevemente a tiempos previos al momento en que Colón se lo pensó mejor y decidió utilizar un huevo de gallina, en vez de sus propios testículos, para ejemplificar a Isabel la Católica la redondez del mundo y convencerla de que le patrocinara su proyecto. Tiempo después, Colón usaría otro huevo para demostrar otra cosa.

Pero hoy, los voladores siguen descendiendo mientras sus cuerdas se van liberando del poste. Los niños y ciertas mujeres del público temen, incluso algunos desean que algo salga mal y que uno de los voladores se proyecte disparado hacia afuera del círculo que dibujan en el aire. Pero el acto ocurre sin incidentes.

Cuando los cuatro llegan a tierra firme, y el de la flauta y el tambor comienza a descender por los peldaños discretos del poste, la gente les aplaude asombrada, los habitantes de la Ciudad de México que se detuvieron por curiosidad a mirar el espectáculo, abandonan el lugar rápidamente antes de que los voladores comiencen a pasar el sombrero.

El dinero que recolectan los artistas, como casi siempre, es en su mayoría proporcionado por los turistas extranjeros.

Echando un vistazo al cielo, los voladores determinan que aún hay tiempo para repetir una vez más el acto, así que comienzan pronto a preparar de nuevo las cuerdas en el poste, antes de que la lluvia suspenda sus actividades.

Pero de todas formas, ellos estarán aquí mañana por la mañana para volver a girar y girar, para asombrar a propios, ajenos, conocidos y extraños, aunque solo los fuereños sean los que les dan dinero.

Afuera del Museo Nacional de Antropología e Historia de la Ciudad de México

24/sept/2017

Voladores de Papantla_Superman

Cafetería ____ (cadena de restaurantes de servicio completo)

Entra por su puerta de cristal y verás…

Escapistas desesperados, allí sentados, descubriendo que realmente no huyeron a ningún lado,

dantescas gulas sin discriminación, hambrientos agujeros negros en esta galaxia atracándose con lo que se pueda,

bisutería de la más barata, monas con telas que simulan seda, y de todas maneras como nacieron se quedan,

comida de calidad aceptable, como hecha en serie, que no puede ser tomada muy en serio, promociones de cupones y tarjetas de cliente frecuente,

manteles individuales de papel, un murmullo elevado similar al de un día de mercado, comunicación general a pesar de los dispositivos personales, auqnue no veo muy lejano el silencio,

meseras cansadas y explotadas con largas jornadas y muchas mesas asignadas por cabeza, con extraños uniformes, pero «es peor no tener trabajo»,

comensales que vienen para hablar de negocios, otros para confesarse, sin faltar aquellos que necesitan estar solos con varias tazas de café,

individuos de trabajo independiente, quienes acompañados de su computadora personal, piden café y una pieza de pan, y realizan aquí su jornada laboral, sin seguridad social,

personas con sobrepeso que prefieren pasar por alto la culpa que tendrán una vez que se terminen la gran rebanada de pastel, que ordenaron para acompañar su capuchino, carpe diem adiposo,

ancianos solitarios que vienen hasta aquí para su dosis diaria de contacto humano, también para contarle al primer incauto alguna historia del pasado que han narrado ya cientos de veces,

matrimonios que sacan a pasear su hogareño tedio cotidiano y comen sin cruzar palabras entre sí,

enamorados que sienten que el mundo es color de rosa y que no pueden vivir si no están juntos,

aspirantes a escritores que no se cansan de manchar la pureza de las hojas de papel,

aros de diversos líquidos en las superficies de las mesas, vaivén de las jarras de café en un ballet sin sincronía, campanadas ocasionales de caja registradora, tintineos metálicos de cubiertos contra los platos de cerámica,

gran estruendo de una bandeja al chocar contra el suelo, «se te descontará de tu sueldo», le dice el gerente discretamente a la mesera descuidada, lo cual sinceramente no debería importar, pues hizo más ruido la bandeja en la que sirvieron a Juan Bautista,

una sonora carcajada de Santa Claus en pleno otoño,

algunos seres satisfechos de estar a salvo de una lluvia torrencial, pues allí afuera se vive la furia del cielo,

ojos que miran con ansia los relojes, empezando a sentir que fueron plantados,

niños aburridos, futbol en la televisión (siempre el maldito futbol),

de fondo una música que hace años era considerada rebelde y contestataria, en el futuro seguro aquí se oirá de fondo la música que hoy sólo escuchan los jóvenes antisistema,

fumadores activos y pasivos, sado y maso, en el área de fumar,

míseras propinas, sonrisas mecánicas, cortesías obligadas, responsabilidad laboral, billetes y sumas, sumisión a sueldo, resignación superficial,

una lasciva caricia furtiva, de ningún modo bienvenida, pero… «déjalo, es el gerente, no pongas en riesgo tu trabajo, no en estos tiempos», y el gerente hijo de puta se vuelve a salir con la suya,

vejigas que se alivian de tanto café en un apartado detrás de una puerta rotulada,

azúcar disolviéndose en un líquido oscuro, sal que se agrega a los alimentos sin importar que algunos ya estén más que salados, el tiempo corre aquí implacablemente, igual que en cualquier otro lugar,

prisas, ¡ah!, y también tedio, mucho tedio…

Reni,_Guido_-_Salome_with_the_Head_of_John_the_Baptist_-_1630-1635