Entra por su puerta de cristal y verás…
Escapistas desesperados, allí sentados, descubriendo que realmente no huyeron a ningún lado,
dantescas gulas sin discriminación, hambrientos agujeros negros en esta galaxia atracándose con lo que se pueda,
bisutería de la más barata, monas con telas que simulan seda, y de todas maneras como nacieron se quedan,
comida de calidad aceptable, como hecha en serie, que no puede ser tomada muy en serio, promociones de cupones y tarjetas de cliente frecuente,
manteles individuales de papel, un murmullo elevado similar al de un día de mercado, comunicación general a pesar de los dispositivos personales, auqnue no veo muy lejano el silencio,
meseras cansadas y explotadas con largas jornadas y muchas mesas asignadas por cabeza, con extraños uniformes, pero «es peor no tener trabajo»,
comensales que vienen para hablar de negocios, otros para confesarse, sin faltar aquellos que necesitan estar solos con varias tazas de café,
individuos de trabajo independiente, quienes acompañados de su computadora personal, piden café y una pieza de pan, y realizan aquí su jornada laboral, sin seguridad social,
personas con sobrepeso que prefieren pasar por alto la culpa que tendrán una vez que se terminen la gran rebanada de pastel, que ordenaron para acompañar su capuchino, carpe diem adiposo,
ancianos solitarios que vienen hasta aquí para su dosis diaria de contacto humano, también para contarle al primer incauto alguna historia del pasado que han narrado ya cientos de veces,
matrimonios que sacan a pasear su hogareño tedio cotidiano y comen sin cruzar palabras entre sí,
enamorados que sienten que el mundo es color de rosa y que no pueden vivir si no están juntos,
aspirantes a escritores que no se cansan de manchar la pureza de las hojas de papel,
aros de diversos líquidos en las superficies de las mesas, vaivén de las jarras de café en un ballet sin sincronía, campanadas ocasionales de caja registradora, tintineos metálicos de cubiertos contra los platos de cerámica,
gran estruendo de una bandeja al chocar contra el suelo, «se te descontará de tu sueldo», le dice el gerente discretamente a la mesera descuidada, lo cual sinceramente no debería importar, pues hizo más ruido la bandeja en la que sirvieron a Juan Bautista,
una sonora carcajada de Santa Claus en pleno otoño,
algunos seres satisfechos de estar a salvo de una lluvia torrencial, pues allí afuera se vive la furia del cielo,
ojos que miran con ansia los relojes, empezando a sentir que fueron plantados,
niños aburridos, futbol en la televisión (siempre el maldito futbol),
de fondo una música que hace años era considerada rebelde y contestataria, en el futuro seguro aquí se oirá de fondo la música que hoy sólo escuchan los jóvenes antisistema,
fumadores activos y pasivos, sado y maso, en el área de fumar,
míseras propinas, sonrisas mecánicas, cortesías obligadas, responsabilidad laboral, billetes y sumas, sumisión a sueldo, resignación superficial,
una lasciva caricia furtiva, de ningún modo bienvenida, pero… «déjalo, es el gerente, no pongas en riesgo tu trabajo, no en estos tiempos», y el gerente hijo de puta se vuelve a salir con la suya,
vejigas que se alivian de tanto café en un apartado detrás de una puerta rotulada,
azúcar disolviéndose en un líquido oscuro, sal que se agrega a los alimentos sin importar que algunos ya estén más que salados, el tiempo corre aquí implacablemente, igual que en cualquier otro lugar,
prisas, ¡ah!, y también tedio, mucho tedio…