No creo (anticredo)

Me siento de otra generación, de una época lejana, perdida y olvidada; quizá de otro mundo, uno con menos inmundicias y menos prisa. Aunque igual soy un exiliado, expelido non grato, de este último lugar. Ahora sólo pido el olvido, divino.

No entiendo la conexión umbilical con el cable ni con los aparatos descableados, no le veo el sentido a informar y publicar cada intrascendental momento de mi insulsa existencia, creer que les hago un favor a los demás cuando les doy a conocer cada insignificante acontecimiento de mis días, como una pitera celebridad, mostrando hasta lo que me trago, revistiéndolo como de importancia. En realidad, a nadie le importa un carajo.

No me va el ir perdiendo la memoria, entregando lo poco que sé a un aparato enredado con miles de aparatos más. No me convencen las declaraciones de amor exclusivamente en pixeles ni en alta definición, la realidad virtual entre personas, ni los aberrantes avances para tocarnos a la distancia, me parece tan bajo, tan poco humano.

No creo en el sexo virtual, ni en leer libros usando una pantalla, ni en tener la oficina conmigo 25/7 (y además ver en este grillete una bendición). No creo en que alguien tenga acceso en tiempo real a mi ritmo cardiaco, ni en que «para proteger mi seguridad» haya cámaras grabando cada uno de mis pasos. No me interesa ser un personaje orwelliano. No creo en el estrés como el pan nuestro de cada día, ni en que estar sin Internet sea como estar muerto.

Hay cosas buenas en el presente, como las ha habido siempre. Pero ahora somos tan dependientes de nuestras propias creaciones. Adoramos al monstruo de Frankenstein que algún día, no muy lejano, nos hará arrodillarnos, humillándonos por los tornillos que hoy nos faltan.

A nadie sorprenda que una mañana desaparezca. Y que de mi sombra nadie pueda dar razón.

El blues de la ambulancia

UUUuuuuuuuUUUUUuuuuUUUUUUUuuuuUUUUUU…. La sirena de la ambulancia a mucha velocidad.
No importa que te tapes los oídos con cera, aún sin cera o mentirosa, ella jamás te seducirá.
Llora más fuerte cuando la ambulancia se integra, completa, de repente al embotellamiento de hora pico. Pico de ave de mal agüero.
El enfermo que viaja dentro, alcanza a escuchar como entre sueños la sirena, nada serena, y respira cada vez menos.
Paramédicos preocupados.
Más rápido que la ambulancia avanza una tortuga con las patas amputadas.
¡Puta madre!, dice quien conduce el vehículo de emergencias.
Los conductores de los otros autos se estresan cada vez más, al notar que la ambulancia no tiene por donde pasar.
UUUuuuuuuuUUUUUuuuuUUUUUUUuuuuUUUUUU… La sirena a todo pulmón canta su jodida canción.
Los conductores se preocupan porque no encuentran hacia dónde moverse para ceder paso, no hay espacios vacíos para dónde arrimarse.
Las ventas de autos este año se han incrementado, las facilidades para hacerse de uno son más fáciles que la ninfómana sin moral que sufre de mucha comezón, o que el adicto al sexo que no pone reparos mientras se descompone. Hay necesidades de todo tipo en este mundo.
Todo mundo tiene un auto, pero cada vez hay menos lugares para moverlo, e incluso para estacionarlo. Deberían inventar unos que quepan en el hoyo trasero, culo entre los amigos, de quienes permiten la sobreproducción vehicular.
¡Puta madre!, parece que es lo único que sabe decir quien conduce la ambulancia. UUUuuuuuuuUUUUUuuuuUUUUUUUuuuuUUUUUU… La sirena canta y grita su enervante canción.
Como milagro del Cielo, -enviado de repente al mundo de los neumáticos de hule, del CO2 de escapes, del combustible quemado que hará que los polos sean cada vez más calientes y las parejas cada vez más indiferentes, de los rosados pulmones que al respirar en esta ciudad se hacen negros como el carbón o como el cabrón que se armó de valor y comenzó la rebelión Zulu…-, como enviado del Cielo aparece frente a la ambulancia un hueco por el cual pasar.
Breve resquicio, entre tanta bestial máquina, por donde la ambulancia se hace camino al andar. Y pasó, pero también lo hizo el impaciente paciente.
La ambulancia pudo avanzar, pasó entre los demás autos. El paciente mientras tanto, dando su último suspiro, pasó, pero a mejor vida. UUUuuuuuuuUUUUUuuuuUUUUUUUuuuuUUUUUU…

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Besos de verano, lágrimas de invierno

El salón de la parroquia católica, donde de lunes a viernes a partir de las 9 de la noche los alcohólicos usan su anonimato para tratar de curarse ese mal progresivo y mortal que hace reír tanto a Baco como a los sobrios antietílicos; el mismo salón donde los sábados por la mañana se imparte un catecismo hueco a niños que comenzarán a comulgar automáticamente tras su Primera Comunión.

Un salón mediano con pisos de plástico y lámparas alargadas de fría luz blanca, una de las cuales parpadea con tics de marinero retirado. Hoy no hay niños, ni borrachos en intento de recuperación, sino una celebración de ancianos en su tarde libre del asilo.

Tarde de karaoke, presentada por una mujer de 52 que se siente una chica, una rosa lozana y fragante en medio de tanto olor y apariencias añejos. La chica interpreta grandes éxitos de hace 60 o 70 años, que traen recuerdos a las honorables personas de blancas cabezas.

Algunos de ellos sienten que las canciones de Bill Haley siguen siendo tan vigentes como las de Elvis. Y quizás lo sean, simplemente dejaron de estar de moda hace muchos otoños. Otros recuerdan viejos romances en pistas de baile, donde había muchas connotaciones sexuales que nadie les creería haber vivido al verlos hoy en día.

Un anciano tiene pensamientos que ni el Viagra puede hacer realidad, el «Blues de la erección» sería la canción si pudiéramos rimar lo que este señor piensa. Algunos se levantan a bailar, es curioso que la ancianidad sea alcanzada más por las mujeres que por los hombres, quién sabe, quizá con el avance del feminismo también en ese rubro habrá igualdad pronto. Así que muchas bailan solas, como solían hacerlo las Madres de la Plaza de Mayo, sólo que estas lo hacen a ritmo de Chuck Berry.

Sin levantarse de una silla, una mujer de saco rojo, que está más cercana a los 85 que a los 79, mira a sus compañeras un momento y siente que se abre una nueva grieta en su corazón. No le gusta esta caricatura de vida, le incomoda esta amarga memoria de lo que fue, no entiende por qué sus compañeros son felices ni por qué no rompen a llorar. Ella aguanta sus lágrimas trabajosamente, mira con envidia a la cincuentona que canta, pero no con tanta, pues sabe que ella no es tan joven y que ya cruzó el umbral de la decadencia.

La venerable del saco rojo añora la vida, los tiempos de independencia, cuando los errores no costaban tan caro, echa de menos los tiempos previos al momento de haber sido arrojada a la casa de desechos humanos, donde la única cosa que se puede llamar esperanza es la muerte, y a veces esta tarda demasiado en llegar.

La mujer del saco rojo tiene gran fuerza de voluntad, no llora. Además la mejor prueba de su fuerza es que ha llegado a acumular todos estos años, pero hoy se pregunta «para qué» con más intensidad que en otras ocasiones. Al menos en el asilo todo es gris y triste, continuo y uniforme, esta dizque celebración y recuerdo de glorias pasadas no le está ayudando en nada, y es como una bofetada en la cara que le hace presente lo que ya se pudrió en el pasado.

La mujer del saco rojo continúa callada, hundiéndose en una depresión que creía haber dejado atrás usando una impuesta automatización lavacerebros. La animadora desangelada de cinco décadas canta una de Elvis, y las demás viejecitas lucen dulces y alegres porque creen que recordar es vivir.

Summer kisses, Winter tears…

Golpes que no valen la pena

En un oscuro callejón, de esos que hieden a basura y orines humanos o caninos, se encuentra King Kong al acecho. Está en el borde que da a la calle bulliciosa, acechando con impaciencia, atento por el momento que pase por allí el Valentino Cobarde, para arrastrarlo al corazón de las tinieblas y cobrarle con lujo de violencia que le haya robado el cariño de su Coqueta Julieta.

En el oscuro callejón, de esos que tienen charcos de agua sucia y feo grafiti territorial trazado por los que siempre buscan el dinero fácil, King Kong le hace pagar caro al Valentino Cobarde, con puñetazos de intensos intereses, los golpes metafóricos que rompieron en mil pedazos su frágil corazón de primate enamorado y también que el galán citadino haya corrompido la fidelidad de la Coqueta Julieta para inmolarla en el altar de su fama y virilidad.

Mientras tanto, a varias calles del callejón de la paliza, la liviana chica en disputa jura ardientemente su efímero amor eterno a un Maduro Adinerado, con el que escapa lejos esta misma noche. Lejos del oscuro callejón, lejos de Valentino y de King Kong, lejos de la ciudad, hacia un nuevo el continente, en compañia del canoso incontinente.

El tercero no fue el vencido.

A veces los golpes que da la vida no valen la pena.

Vida

Laberinto con paredes de espejo, atiborrado como el tren subterráneo en hora pico. Ratones en insensata carrera y minotauros con furia o diarra. Así es la vida en la ciudad.

Despedidas de gente que quisieras que no se fuera, permanencias insistentes de personas cuya cercanía ya no deseas. He visto mucho, igual no demasiado aún, pero he notado que a pesar de los cambios aparentes, todo en el fondo es igual. Así es la vida en general.

Cinco mueren mientras otros diez nacen, quinientos mienten mientras uno dice media verdad. Nos quejamos de los gobernantes, pero en el fondo casi todos diríamos que sí si se nos ofreciera el poder, y con algarabía nos corromperíamos en mil pedazos. Así es la vida en nuestro interior.

Los viajeros cansados dejan empolvar sus maletas y los sedentarios se ufanan de haber viajado por todo el mundo desde su computadora o su televisión. La gente es la misma aquí y en China, sólo varían las complexiones y los colores. Nadie es superior, nadie inferior en tanto a razas, todos somos la misma moneda de cara sublime y cara jodida echada a suertes en la vida.

Las conductas y las ilusiones sólo cambian de apariencia, en tanto que el tiempo es circular. Ya olvidé quién dije que sería yo, tampoco recuerdo las personas que fui. He visto rostros lozanos ajarse con los años y también los he visto volver a nacer. Aunque nada cambie y me diga a mí mismo en momentos que todo es igual, descubro que todas las cosas son variaciones mágicas de una sola maravilla y sólo por eso vuelvo a respirar.

Preguntas

«¿Estás bien?»

Cuando alguien pregunta eso, al menos un de los dos interlocutores (quien pregunta o quien escucha) no está en absoluto bien.

«¿Qué fue lo que dije?»

Seguramente algo impropio, siempre es así cuando alguien dice eso en voz alta.

«¿A quién le toca?»

Las más de las veces es siempre el turno de quien así cuestiona.

«¿Qué te pasa?»

99.9% de las veces la respuesta será «nada».

«¿Ya te dormiste?»

Una de las preguntas más molestas a la vez que estúpidas.

«¿Estás enojada?»/»¿Estás enojado?»

Si antes no lo estaba, después de preguntarle eso seguro lo estará.

«¿En verdad me quieres?»

Se responde «sí» por honestidad o por mentir piadosamente, se responde «no» cuando se ha desbordado la paciencia de quien la escucha.

«¿Ser o no ser?»

Ahí está el detalle.

«¿Existe Dios?»

«¿Qué te pasa?»

No importa que la respuesta sea «nada», esta pregunta siempre se formulará más de una vez.

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Ella baila desnuda frente a su amante

Ella baila desnuda frente a su amante

En ese instante todo cambia. Cuando eso sucede, empiezan a quedar en un lejano pasado todas las miradas corteses, las bromas y las risas que pretenden agradar. Olvidados quedan también el nerviosismo por el rechazo y la timidez. Ya no más galanterías de abrir las puertas que ella encuentra a su paso ni ayudarla con su carga física, no más de esa respetable y recatada admiración de su personalidad. Muy lejos se sienten entonces las ilusiones de futuros dorados, de cuentos de hadas, las mariposas en el estómago y la añoranza pura durante la ausencia de esa persona, que tras con intimidad ha dejado de parecer inalcanzable.

Ella baila desnuda frente a su amante

Ya no queda nada por descubrir físicamente, la geografía ha sido cartografiada, los puntos exactos de respuestas inmediatas han sido catalogados. ¿No es realmente aquí a dónde realmente todos queremos llegar cuando fijamos el objetivo de conquistarla? ¿No es esta la finalidad de cualquier cortejo?

Ella baila desnuda frente a su amante

Es el momento preciso en que el asunto puede dejar de ser enamoramiento o amor y convertirse en fijación, en «enculamiento» como diría la gente más refinada o en la necesidad de un urgente olvido. Los analfabetas funcionales, los poetas más estilizados y los tímidos, buscan todos lo mismo: acostarse con la mujer deseada y hacer que baile desnuda frente a ellos. Esto va más allá que Salomé quitándose velos frente al rey, y es la acción previa a la de Dalila jugando con el cabello de Sansón. Es el umbral de la intimidad más intenta, esa que todo lo cambia, que corta de tajo la dulzura, que derrumba las defensas, que da inicio a las exigencias, que fortalece la relación o que la empeiza a resquebrajar para que se derrumbe con un soplo.

Ella baila desnuda frente a su amante

Pudieron llegar hasta allí de distintas maneras. Tras un gentil galanteo que siguió todos los requisitos sociales y sentimentales que dicta ese alguien que no tiene nombre, pero sí presencia terrenal. O ser la consecuencia de un accidente o una explosión interna. Quizá sea el premio a mucha paciencia o la presa de una cacería bien planeada. A lo mejor sólo fue después de soltar súbitamente la riendas del comportamiento. ¿Quizá tras haber fijado el precio? Ella pudo ser tanto un ideal como una simple necesidad.

Después de las mutuas desnudeces, del intercambio de sales y sudores, de la primera exploración íntima, hay varias rutas a seguir:

Dejar el dinero y salir.

Entregar por más tiempo el dinero y la vida.

Continuar satisfaciendo ciertas necesidades animales que exige el cuerpo, mera física sin ataduras sentimentales.

Crearse una fantasía.

Crear una historia y echarlo todo a perder.

Empezar una negociación sensata.

Quizás haya otros caminos, pero esos son los que conozco.

Ella baila denuda frente a su amante

Si solían ser amigos la amistad cambiará a partir de ese momento, lo más probable es que se extinga por completo. Si eran extraños puede que se sigan viendo hasta definirse ambos, ya sea juntos o por separado. Si eran conocidos es posible que uno de los dos pregunte «¿Y ahora qué hacemos?».

Esa intimidad que todos buscamos, termina cambiando cualquier relación.

El inexperto puede enamorarse de la prostituta irredenta que por experiencia rechazará dicho amor, o le sacará provecho mientras dure. La seria persignada que cedió por fin ante el insistente que persistió como gota de agua en la roca y que perderá el interés tras el encuentro de ombligos. Los enamorados pensarán que esto es amor, y quizá lo sea. La virtuosa puede convertirse ahí en puta y la puta en maestra que muestra todas sus virtudes. Tantas cosas que pueden suceder tras esa danza seductora.

Pero en realidad casi nadie piensa en nada cuando ella baila desnuda frente a su amante. Nadie piensa, ni se pierde en reflexiones, es ese momento único, quizá irrepetible, en el que si razonas te ausentas, y más vale estar ahí cuando sucede. Hay que vivirlo porque ya nada será igual, porque igual ya no vuelve a pasar.

Nadie sale vivo de aquí

Nadie sale vivo de aquí
Nadie sale vivo de aquí

Me estoy muriendo desde que nací. En algún lugar me creí la idea de que igual este es un lugar pasajero, la sala de espera para la eternidad o la prueba que decide para dónde va uno a parar después del supuesto final.

El punto es que siempre me he sentido fuera de lugar.

Ahora que ha pasado tanto tiempo, que llevo 17 años más allá de lo que pensé que sería mi límite, he tenido espacios ociosos suficientes para seguir pensando, lo que antes era impensable: ¿Y si después de esto tampoco me siento como pez en el agua en lo que sea el más allá? ¿Qué tal si en ese allá me sentiré también fuera de lugar? Ojalá todo terminara cuando sale de este mundo, por la puerta que sea (mutis por la derecha, salida de emergencia, trampa para la ropa sucia, o agujero de ratón), pero parece que no.

Mientras unos dicen que si te portas bien puedes llegar a la eternidad para contemplar la Gracia del Señor (me cuesta pensar que un chiste pueda durar tanto tiempo) otros se empeñan en decir que es un constante volver a empezar (en niveles diversos, poco divertidos, según tus acciones, o sea que en mi próxima vida puedo ser un perro de millonaria excéntrica o un gusano en un cultivo de mezcal). Ninguna de esas opciones me atrae, ni siquiera un poco.

Quisiera el Nirvana, la nada, la fuga completa y la desaparición total. No más YO en ningún plano. Pero por definición, si ese estado es un premio, por lo logrado en esta vida, seguro que no me lo he ganado. Quisiera poder enfocarme en el aquí y ahora, sacando lo más provechoso del asunto, pero me resulta tan difícil.

Si vivir es fácil, a mis 50 no le he encontrado el modo. Ni modo. Vivir es el relleno con el que tenemos que embutir ese hueco que hay entre el nacimiento y el estreno de nuestra tumba. Seguiré buscando si hay algo más.