Sin piedad

Sin piedad. Estoy buscando alguien que pague los platos rotos que yo mismo rompí. Si no hay un enemigo al alcance o un ser querido con el cual desquitarse, como todo mundo (salvo los mártires y los masoquistas) suelo buscar al primer indefenso que se presente. Si no se encuentra alguno de estos, entonces la venganza la pongo en tinta sobre papel.

El turno le corresponde ahora a un obeso desmedido, redondo como un planetoide de carne y grasa. En su redonda cara de luna unifásica lleva un gesto perpetuo de alguien al que todo lo huele mal o que acaba de pisar excremento callejero. Sus ojos se clavan en ti como agujas en muñeco de vudú. Su mirada es la de un íncubo maligno y forzadamente célibe, que sueña enajenadamente con un beso de Singapur. Sueños, como casi todos, muy alejados del mundo real.

El tipo fuma un cigarrillo tras otro, enciende siempre el siguiente con el anterior. Su respiración es toda una dificultad que asombra, fuelle defectuoso que hace ruidos molestos y no aviva ningún fuego. Y sin embargo se mueve. Es un mega-extra voluminoso individuo para quien la vida dejó de importar en el momento que su barriga sobrepasó el metro y diez de diámetro.

Prefiero no especular sobre las razones o motivos que lo condujeron a dejar muy atrás la silueta humana, pero no puedo evitar pensar que si lo que quiere es matarse, hay muchas maneras más rápidas de hacerlo.

Su pobre corazón debe estar en sus últimas. Ahora saca el último cigarrillo del paquete. Ya ni disfruta del tabaco, es una mera necesidad llena de ansias.

No había llegado a consumir ni la mitad del último cigarrillo, cuando el gordo estiró sus dos piernas de jamón todavía no serrano, y cayó tendido sobre el suelo, pataleando y moviéndose cual globo de agua caído en desgracia que se niega a reventar.

Más de una persona en el lugar del incidente se alarmó, y entre tanta histeria inútil una de las alarmadas tuvo la sensatez de llamar a emergencias y pedir una ambulancia.

Llegaron los paramédicos, uno de ellos se hernió al tratar de introducir al balleno en la ambulancia. Las ruedas del vehículo resintieron el peso del gordo, y el caucho maldijo al inventor de la rueda.

Tras un tiempo en el hospital, el globo humano salvó su vida. Al ser dado de alta se propuso seguir todas las indicaciones de los médicos. Dieta sana, ejercicio y nada de tabaco. Y en verdad las siguió durante un mes. Después, como caballo amaestrado de circo que vuelve al diámetro rutinario de su antigua pista, el gordo recayó en su vida adiposa y tabaquera.

El segundo ataque que sufrió fue fulminante y mortal. Quizás el tercero lo sufra en el Cielo o en el Infierno, en caso de que existan. En este segundo drama, en vez de llamar a emergencias se solicitó el servicio de la morgue.

Su enorme cuerpo fue enterrado, en un cementerio de algún lugar del mundo.

Todo esto es verdad, me lo contó Dios en un deseo irrefrenable de sorprenderme.

Swine

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